BORGES Y ÉL

Mohamed El Morabet  (Marruecos-España).

Él a menudo me interpela. Desde que escribí Borges, él y yo lo hace de una forma que me desquicia. «Yo no soy para nada como me has pintado», me dice. «Pero si es ficción. No hace falta que te pongas así», respondo sin mucho éxito. En realidad, algo de verdad había, aunque me apetecía sacarle de sus casillas. Él es quien manda y eso no lo puedo evitar. Él es el público cuando estoy solo. También es mi portavoz cuando estoy con gente. Sigue emborrachándose y yo sufriendo sus resacas. De hecho, ahora que no me mira, puedo decir que escribo estas líneas bajo coacción. Me vigila y yo me dejo. Me quiere disciplinar y yo lo intento. «Borra eso de la coacción», me ordena al cabo de nada. Y lo hago. Cuando empieza a liar un cigarro, aprovecho su concentración y vuelvo a colocar la frase en su sitio.

Últimamente, como castigo, se mete en líos innecesarios y me deja a mí ante ellos, desarmado, para solucionarlos. Nunca lo consigo. La energía de su desorden embauca la armonía de mi cotidianidad. Vivo anclado en la sombra de su furia bohemia y cuando se lo recuerdo, se enfurece y me abandona para que luego yo le eche de menos. ¿Él me echa de menos? No lo sé. Sé que él quiere que escriba esta rectificación, pero se niega a dictármela. No quiere que sea su redactor. «Tú eres un escritor», me dice, «así que búscate la vida». ¿Dónde estará Borges para socorrerme? En su biblioteca, supongo. Hasta ahí me traslado y él se mete en el bar de enfrente a esperarme. Le imagino sentado en un taburete de la barra con una copa de pacharán haciendo como que piensa mientras le mira el culo a la camarera. Ya sabéis, le excita exhibirse en público. A falta de respuestas de Borges, recurro a Alceste, de El misántropo de Molière, y me invade una sensación de abandono y voy a visitarle al bar. «¿Qué quieres tomar?», me pregunta. «Un café largo, mojado con una gota de leche», digo. «Nunca vas a cambiar», murmura como disgustado y se lo pide a la camarera y enseguida entabla con ella una conversación absurda e insinuante que me da vergüenza ajena. «Tenemos que estar en casa a las siete. Hoy hay un capítulo nuevo de The Big Bang Theory», me dice sin venir a cuento. «Tengo que leer», respondo con timidez. «Lee lo que tú quieras pero escribe mi rectificación», dice. De camino a casa, me habla de la camarera y yo hago como que le escucho mientras pienso en Alceste. «Deja de torturarme con tus malditas hazañas», reflexiono en voz baja. Él me escucha, saca a liar un cigarro y me lo pasa para que lo encienda. «Al fin y al cabo, te pareces a mí pero sin mi coraje», me dice cuando le paso el cigarro. «No quiero parecerme a ti ni en pintura», respondo sin valentía. Entonces, me doy cuenta de que Borges y él han pactado no ayudarme. ¿Por qué? Sería porque en el anterior texto me incluí en el título, que posiblemente solo les pertenezca a ellos dos. Esta vez excluyo mi yo para evitarme problemas. Sugiero Borges y él de título, así, a secas. ¡Muy sencillo! Firmado: Yo.

MOHAMED EL MORABET

(Alhucemas. Marruecos, 1983).

Vive en Madrid desde 2002. Un solar abandonado es su primera novela, publicada por Editorial Sitara en octubre 2018.

 

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