HAMMAN

Mustapha Busfeha García (Marruecos, España)

Después de la oración del Dhor, (una de las cinco preceptivas y que se reza después del mediodía), los invitados fueron llegando a la casa. A pesar de los deseos de las mujeres, tanto Sidi Omar como sus hijos se negaron rotundamente a que se tocara música o se bailaran zambras,-“no están los tiempos para demostrar alegría”-decía Sidi Omar-; a lo más las mujeres solo tuvieron la autorización para emitir los” yuyuis” tradicionales seguidos de alabanzas y evocaciones de carácter místico.

Lo cierto es que las mujeres ya habían celebrado su fiesta cuando acompañaron a la parturienta al hammam. Allí en el baño, en la más entera libertad, sin tapujos, y sin tabúes, comieron, rieron, bailaron, cantaron, se contaron chismes e historias vecinales, (algunas muy subidas de tono).En la semioscuridad, surgiendo del vapor, deambulaban los desnudos cuerpos femeninos. Hermosas muchachas núbiles luciendo orgullosas sus frescos y precoces encantos se mezclaban con ancianas de carnes ajadas y flácidos pechos. Sentadas, algunas conversaban mientras se mojaban o se enjabonaban mutuamente. Empleadas del hammam, calzadas con los kerkabes (sandalias de madera sujetas al pie por una gruesa cinta de cuero,) iban arrojando por el suelo cubos de agua para impedir que los niños y niñas que alegremente jugaban y correteaban, se resbalasen sobre el pavimento jabonoso. Otras mujeres se pintaban los ojos con almendras amargas carbonizadas para realzar la negrura de las pestañas y al finalizar, se daban khol con el palito reglamentario dibujando y agrandando los ojos:

“¡Uf cómo pica! “Entonces es que es bueno” decía la que a su lado estaba. “¿Dónde lo has comprado?” “Aquí en el hammam; no me fío de los que venden en el zoco”. “Sí hija sí, yo hago lo mismo. ¿Sabías que media Granada viene al Hammam del Nogal a comprar el khol?”. “No lo dudo; es que no hay nadie como Fatima para elaborarlo con sus medidas justas de granos de pimienta, huesos de dátiles, huesos de aceituna negra, clavo de comer, aceite de oliva y por supuesto el antimonio”. “Y luego…, la mano que tiene para darle el tueste exacto!”. “Por cierto, te he visto algunas veces por aquí. ¿Vives en el barrio? ¿De qué familia eres?”.

En algún rincón, buscando algo de intimidad, una joven se dedicaba a depilarse totalmente el pubis y las axilas. Fatima “la gorda” no solo sabía elaborar un khol de primera calidad; era la masajista más solicitada de los baños. Era increíble cómo aquella obesa mujer lograba una agilidad y elasticidad en su cuerpo que ya quisieran para sí muchachas más jóvenes y esbeltas. Amasaba literalmente a sus clientas proporcionándoles la relajación y el bienestar absolutos. Algunas se atrevían a pedir el servicio completo, es decir el mismo que los masajistas masculinos aplicaban a los hombres; entonces Fatima “la gorda” se situaba espalda contra espalda manteniendo a su clienta con la cara hacia el suelo; parecía que la inmensa mole de las carnes de la empleada aplastarían a su víctima pero no, Fatima anudaba sus rollizos brazos y sus monumentales piernas con las de la ya asustada mujer y comenzaba a arquear su cuerpo sin importarle los gritos,

las súplicas y los insultos que lanzaba la infeliz masajeada. Sólo cuando oía el crujir de los huesos, cesaba el estiramiento y entonces con agilidad felina y sin solución de continuidad se instalaba sobre ella y volvía a amasar sin piedad sus músculos. Cuando la masajista daba por finalizada la sesión, la pobre martirizada se arrastraba como podía al lugar que ocupaba en el hammam, y caía en un profundo letargo del que despertaría poco después rejuvenecida, y en plenitud de forma. Cerca de ella, dos mujeres metidas en años asesoraban a una más joven sobre talismanes, y le facilitaban recetas para ciertos conjuros con los que recuperar el amor, al perecer algo frió, de su marido. Dos familias discutían acaloradamente disputándose el uso de algunos cubos y cuencos para el agua. La algarabía hizo que pronto acudiera una de las empleadas a poner orden. Resulta que la que preguntaba por los orígenes y familia de la joven que a su lado estaba, conocía a toda su estirpe: 

– ¡De modo que tú eres Safiyya! ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Ayer eras una niñita traviesa y juguetona y ahora te has convertido en una bella y hermosa jovencita! ¿Te acuerdas del día en el que te perdiste en el zoco? Te zafaste de la mano de tu madre y ¡menudo susto ocasionaste a tu familia! Por cierto… ¿no estás casada verdad? Pues verás, conozco yo a una buena familia que busca esposa para su hijo…

– ¡Qué miedo me dan estas alcahuetas!-comentó la vieja Aicha cuando llegó hasta donde estaban Amina y toda la familia-Ya está calentándole la cabeza a Safiyya la hija de Hamza el sastre.

– ¡Calla Aicha, calla! – la amonestó Lal-la Zahra-Lo hace sin mala intención y desde luego sin ningún interés. Todo el mundo sabe que es una casamentera pero creo que lo hace porque piensa que así ayuda a la gente. 

Aicha era portadora de un recipiente en el que había preparado la henna (al-heña) para Amina y el resto de la familia. Había mezclado la henna en polvo con unos cuantos clavos de olor machacados, aceite de oliva, zumo de limón y agua caliente. Como si de una joya se tratara, la vieja sirvienta desenvolvió lentamente el paño que protegía al cálamo con el que trabajaba, se apoderó con dulzura de un de los pies de Amina colocándolo en su regazo, y sacando la punta de la lengua asomada por la comisura izquierda de los labios, comenzó, con infinito amor y delicadeza a decorar el grácil pie. 

Los cristianos habían tomado Granada, eso era cierto, pero allí adentro en el Hammam del Nogal-que más tarde llamarían “el Bañuelo“-, en el barrio de los Asjaris (Axares), como en los cientos de baños públicos del reino, continuaba viviendo en el espíritu de los granadinos, la sensación de libertad que afuera ya no existía. Al templo del agua purificadora del cuerpo y del alma. Al templo del agua que a todo el mundo iguala y en el que se desvanece cualquier diferencia de índole social. Allí donde en su desnudez todos se parecen. Allí donde no se distingue al señor del siervo, ni al rico del pobre. Allí donde -como dice el poema-el hombre se codea incluso con su enemigo. Allí, a ese templo, aún no habían llegado los cristianos. Aunque todo se derrumbase, mientras existiera el Hammam, los granadinos seguirían siendo libres.

 

MUSTAPHA BUSFEHA GARCÍA

(Larache, Marruecos, 1945).

Es licenciado en Ciencias Políticas (Especialidad relaciones internacionales y derecho diplomático por la Universidad Complutense de Madrid). Cursó estudios de Ciencias Sociales de la Iglesia en el Instituto Social León XIII de la Universidad Pontificia de Salamanca. Tras su vida laboral, transcurrida en su mayor parte en Marruecos, se asienta en Granada, de donde era originaria su madre, dedicándose a la escritura. Fue miembro de la extinguida “Asociación de Jornadas de Novela Histórica de Granada”. Fue miembro del comité de redacción de “Les Guides Bleus” Volumen “MAROC” Editorial Hachette (Paris). Autor de la novela histórica “La casa del cobertizo” (Editorial Alhulia, 2014), coautor de “Dolor tan fiero. Relatos para Teresa de Jesús”, Relato titulado “Edicto de gracia” (Editorial Port Royal, 2015) y autor de la novela histórica “Babuchas Negras” (Grupo Editorial Áltera, 2017). Autor de “Tres Sinfonías” (en vías de publicación).

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