DIARIO DE UNA MUJER DE AIRE

Por José Sarria

“Diario de una mujer de aire”

Sahida Hamido

Bookolia (Madrid, 2016)

“Pasa tus ojos sobre las líneas de mi escrito / y encontrarás mis lágrimas desposadas con la tinta”, escribía el gran Ibn Zaydun a modo de afirmación vital frente a la desaparición, frente a la pérdida de aquello que un día se elevaba en sus mañanas como bastión inexpugnable.

“Diario de una mujer de aire”, de la escritora de origen marroquí, Sahida Hamido, es un texto que transita, también, repleto de estremecimiento, cuando no de lágrimas vinculadas con la tinta (“nadie más que yo conoce qué significado tiene cada hoguera, cada lágrima de tinta que se funde silenciosa”) por el desencanto y la impotencia, franqueando aspectos humanos tan intensos como el dolor, la violencia o el desgarro personal: “si llorásemos con los ojos lo que llora el corazón, / el mundo sería un mar infinito”.

No es este un libro convencional, ni en lo formal, ni en lo conceptual. No hay en el texto estereotipos de ocasión o modelos manoseados por una lírica más o menos enguayabada y oportunista, sino una intensa disidencia reflexiva, el testimonio de una mujer que ha hecho de su sangre voz, una mujer que ha sido capaz de superar imposiciones, costumbres sociales, reglas o normas que pretendían relegarla al lugar oscuro, tenebroso, que imponía una mentalidad anclada en la conceptualización medieval de la mujer: “Soy hoy. Desnuda, descarnada, sin ataduras morales o sociales. Sin normas que cumplir más que las que me dicta la voz que sostiene cada hueso de este cuerpo pasajero”. Y, desde ahí, ha emprendido el tránsito irrenunciable de la libertad.

Fue Paul Valéry quien dijo que los poemas son un intento de expresar, con palabras, lo mismo que dicen los gritos y las lágrimas. “Diario de una mujer de aire” es eso, precisamente, el lamento desgarrado y abatido de Sahida, su testimonio desbordado de heridas, pero también un espacio constitutivo desde el que iluminar la sustantividad femenina mediante sus poemas-astillas; una propuesta lírica que esencializa un pensamiento propio, una habitación personal desde donde la mujer dialoga, libre y emancipada, sobre sus experiencias, sus derrotas y sus expectativas: rebelión como arma frente a lo establecido para deshacer y desintegrar una realidad que, por imperfecta, se le hace inadmisible: “comprendimos demasiado tarde que, víctimas de la ceguera del engaño, nadie nos había preparado para lo único que importaba: vivir”.

El texto brota desde la marca indeleble de una niñez patriarcal que orillea muchos de estos versos: “Enferma por eludir el fanatismo, las convenciones sociales, por no someterme a su control. Puta. Lo dijo a mis espaldas …/… Puta por querer ser libre. Distinta a sus aspiraciones, a sus expectativas”. La infancia, analogía de angustia y desgarro, se transmuta en el lugar desde el que la poeta va a empezar a asumir el presente: “morir al pasado, / pisotearlo, aplastarlo …/… y sentirme, al fin, huérfana, / sin remordimientos”, una forma de maduración y crecimiento personal, una vía de conocimiento y comprensión de la vida revelada a través de dolientes imágenes plásticas.

Escribía el filósofo argentino Vicente Fatone que los hombres somos “seres itinerantes”, por el sentido interrogativo de nuestra existencia y que al final de ese viaje, de esa búsqueda, acabamos encontrando, irremediablemente, la esencia de lo que somos o de lo que aspiramos ser. Y, este, es el epítome de “Diario de una mujer de aire”, pues el sufrimiento o el miedo, con toda su gama de matices: devastación, angustia o desesperación, que acampa en muchos de sus poemas, abre la puerta al adviento y nos anuncia la llegada de la esperanza: “En la profundidad del alma humana, la belleza y el recuerdo abrazan la inmortalidad”.

Esperanza que brota, inconformista y comprometida (a pesar de la tristeza o el dolor) en los ojos de su hija Míriam, que “desarma ejércitos”, en la llegada de su hijo Marc, que acampó como el “aleteo de las mariposas” para sanar los golpes, en aquel hombre de amarillo que le volvería a traer, en los momentos más duros de su realidad, una carta, una nueva carta o en la luz de los ojos oscuros de Sharon Levy, porque “re-nacer no es volver / al útero materno, / es aprender / a convivir con las heridas”. Sahida Hamido ha elevado un intenso e insondable texto poético, gallardete bordado de anhelos e ilusiones: “Elijo la vida, el vuelo. Solo a veces. Solo a ratos”.

Y, así, ha constituido, desde sus heridas (“dicen que escribo demasiada oscuridad, tristeza, pena”), “Diario de una mujer de aire”, una magnífica obra, una afirmación vital ante la muerte y el daño: “pero mi corazón es un pájaro que brilla por las noches”, un fiel reflejo de la continuidad de la vida en la búsqueda de lo sagrado que se alcanza en las terrazas de una madurez en la que ha eclosionado el amor frente al dolor, la esperanza frente al miedo, y la libertad como bandera de la existencia, porque, tal y como ha dejado escrito la poeta: “Nada puede con la libertad de lo más íntimo”.

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