MÚSICA Y PÉRDIDA AMOROSA EN LA POESÍA DE MOHAMED DOGGUI

F. MORALES LOMAS

Presidente de la Asociación Andaluza

de Escritores y Críticos Literarios y

de la Asociación Internacional Humanismo Solidario

De la musique avant toute chose.

Ya lo dijo Verlaine. Es la horma perfecta de las sensaciones, conduce el sentimiento por resortes fluidos que nacen de una condensación emocional y estalla, brota con la singladura de todo lo que surge con fortaleza etérea. De la musique avant toute chose. Mohamed Doggui lo sabe y su poesía fluye con el blando donaire de un río que en su andadura va acumulando esas sonoridades de la vida, esas armonías que nos van construyendo, unas veces más agrestes, otras más cercanas a la noche, pero siempre prestas para un ejercicio del corazón, que es el que se revela en toda esta música que nos llega desde Túnez de su mano.

La lengua española fluye con resonancias a los cancioneros populares, a la música que crea el arte flamenco, a las asonancias y los testimonios epilogales que permiten encerrar en cuatro versos un pensamiento completo, lacrado, clausurado, donde múltiples sacudidas se hayan presentes.

La más emblemática, la más resolutiva es el sentimiento amoroso en singulares perspectivas que nos permiten adentrarnos por la navegación de lo emotivo, pero, al mismo tiempo, existe toda una ontología popular constreñida, clausurada en estos versos, una filosofía donde  se amalgaman los sentimientos con la música, que se hace presente y se eleva en los octosílabos asonantados unas veces, blancos otros, pero siempre con voluntad de sugerir un mundo propio y muy prestos a esa enorme tradición popular que llega desde los cancioneros medievales y enlaza con la lírica de Lope de Vega, pasando después al romanticismo y la poesía neopopularista de la primera etapa de muchos poetas del 27.

Doggui conoce la tradición, pero también conoce la usanza de los cuartetos asonantados, la estructura flamenca. Esa estructura que encierra la filosofía del pueblo y la hace más suya, más sugerente, más epilogal y condensada.

El título del libro, Resonancias de ausencias, ya en sí marca un rumbo. La resonancia como proyección sonora hacia el futuro, como eco que se va dispersando por el ser y lo alimenta y lo concita. De hecho ella, la mujer referente del poema, es asimilada al eco en uno de sus versos: “Toda tú eres un eco,/ huecas están tus promesas,/ hueco tu corazón, hueco”. Pero es en torno a la ausencia, que fija una búsqueda, una pérdida. Temática relevante en todos las recopilaciones medievales desde las jarchas, en las que precisamente la amada percibía esta partida del amado como un dolor que la encerraba en su mundo distante. La temática del alejamiento, de la deserción, de la huida o del olvido está en toda la literatura española clásica como una tenaz imagen que viene una y otra vez, como en este poemario de Doggui, en el que, desde la perspectiva del ser que formula sus sensaciones construidas sobre el constructo de la amada-ausente, surge resolutiva, definitoria.

Se inicia con “Besos”, donde sueño/realidad (como en la obra de Calderón) juegan en una danza de condiciones y escenarios. Una realidad que nosotros creamos y al mismo tiempo alimentamos. Como dirá también más adelante: “Te veo borrosa siempre,/ te toco y eres de bruma,/ tú no eres de verdad,/ tu eres solo de broma”. La clausura del libro es “Veteranía”, donde el poeta concluye su experiencia vital y las metafóricas hendiduras de su recorrido: “mil remiendos”, a través del tiempo que fluye sobre el amor, como aquel río de la vida, que nos va advirtiendo a cada paso. En el trayecto, la sensualidad se apodera de nuestra amada, presentada unas veces en su bella desnudez; y cualquier referente metafórico o símil puede advertirnos de su paso, en forma de luna, pero también como trofeo, o reclamo en la sensualidad de la piel (“Déjame contar los poros/ de tu generosa piel”).

El espacio conforma la poesía a través de las estructuras que la naturaleza nos ofrece: el desierto, el puerto, la bajamar, los lagos, las nubes, la luna (muy presente en diversos poemas). Pero pronto percibimos que es el sentimiento de ausencia el que se apodera del poemario (“incierto regreso”) y esta sensación de pérdida en un espacio temporal amplio va creando estados de ánimo diversos en el poeta que habla a sí mismo y de la amada en un apóstrofe permanente donde esta es interpelada en su deserción como un orden roto: “Mis ojos ¿para qué sirven/ si no es para ver tus ojos?”.

El juego metafórico dicotómico y antitético frío/calor, que tanto empleó el gran poeta sevillano Fernando de Herrera, es frecuente en Doggui, que contempla a la amada en su frialdad: “Tu frialdad tan insufrible/ me desata carcajadas,/ es como el viento polar,/ de tan gélido te quema”. Y de un modo hiperbólico en estos versos: “Me dijo que aborrecía/ la frialdad de las estatuas,/ era como si la nieve/ se me quejara del frío”. En otro momento dirá que lleva “un flamante corazón de hielo”. Y la quemazón de la mirada, en sentido contrario: “porque mirándote/ se me quema la retina”. O habla de “tu mirada abisal”. Y en esa búsqueda de la expresión en la mirada, dirá: “Aunque no quiero mirarte,/ yo no he cesado de verte”.

Pero también están presentes símbolos propios de la poesía de Bécquer: la golondrina, las lágrimas, los suspiros –“mi hondo suspirar”, dirá Doggui, por ejemplo, tanto como ese espíritu que encerraban las rimas donde el dolor de alejamiento también estaba presente y la falta de sensibilidad de ese corazón amado. Por ejemplo, dirá Doggui en este bello poema:

Tu ausencia no deja huella,

salvo una gotita de agua

que, a veces, siento arrastrarse

por mi pálida mejilla.

Los términos metafóricos a veces se actualizan con expresiones como “salidas de emergencia”, para aplicarlo al corazón y su escapatoria, o bien el crucigrama para expresar su encuentro en el poema “Coincidencias”. O bien, la impasibilidad de ella y la sensación nihilista de él en su actitud: “Ahondar en tu mirada,/ es como echar a nadar/ en algún oculto mar,/ sin rumbo, hacia la nada”. Los juegos de sonoridades están muy presentes, por ejemplo, en la concentración de la sibilante, la bilabial y la vibrante: “Sean tan sobrios de versos/ y tú de sobras sabías”, o la palatal: humilla su llama. En ocasiones es la ironía la que se apodera del poema, cuando dice: “Le rogué no me perdiese,/ me enganchó con imperdible,/ mas los imperdibles de hoy/ ya no son como los que antes eran”.

En definitiva, un poemario musical, ordenado, estructurado por la emoción y el ritmo donde la amada se presenta en un reclamo permanente, presa de una historia literaria y de un sentimiento con el que Mohamed Doggui profundiza en una vena fundamental de la sonoridad y de las emociones en torno a la existencia del amor.

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