Él a menudo me interpela. Desde que escribí Borges, él y yo lo hace de una forma que me desquicia. «Yo no soy para nada como me has pintado», me dice. «Pero si es ficción. No hace falta que te pongas así», respondo sin mucho éxito. En realidad, algo de verdad había, aunque me apetecía sacarle de sus casillas. Él es quien manda y eso no lo puedo evitar. Él es el público cuando estoy solo. También es mi portavoz cuando estoy con gente. Sigue emborrachándose y yo sufriendo sus resacas. De hecho, ahora que no me mira, puedo decir que escribo estas líneas bajo coacción. Me vigila y yo me dejo. Me quiere disciplinar y yo lo intento. «Borra eso de la coacción», me ordena al cabo de nada. Y lo hago. Cuando empieza a liar un cigarro, aprovecho su concentración y vuelvo a colocar la frase en su sitio.