Últimamente, como castigo, se mete en líos innecesarios y me deja a mí ante ellos, desarmado, para solucionarlos. Nunca lo consigo. La energía de su desorden embauca la armonía de mi cotidianidad. Vivo anclado en la sombra de su furia bohemia y cuando se lo recuerdo, se enfurece y me abandona para que luego yo le eche de menos. ¿Él me echa de menos? No lo sé. Sé que él quiere que escriba esta rectificación, pero se niega a dictármela. No quiere que sea su redactor. «Tú eres un escritor», me dice, «así que búscate la vida». ¿Dónde estará Borges para socorrerme? En su biblioteca, supongo. Hasta ahí me traslado y él se mete en el bar de enfrente a esperarme. Le imagino sentado en un taburete de la barra con una copa de pacharán haciendo como que piensa mientras le mira el culo a la camarera. Ya sabéis, le excita exhibirse en público. A falta de respuestas de Borges, recurro a Alceste, de El misántropo de Molière, y me invade una sensación de abandono y voy a visitarle al bar. «¿Qué quieres tomar?», me pregunta. «Un café largo, mojado con una gota de leche», digo. «Nunca vas a cambiar», murmura como disgustado y se lo pide a la camarera y enseguida entabla con ella una conversación absurda e insinuante que me da vergüenza ajena. «Tenemos que estar en casa a las siete. Hoy hay un capítulo nuevo de The Big Bang Theory», me dice sin venir a cuento. «Tengo que leer», respondo con timidez. «Lee lo que tú quieras pero escribe mi rectificación», dice. De camino a casa, me habla de la camarera y yo hago como que le escucho mientras pienso en Alceste. «Deja de torturarme con tus malditas hazañas», reflexiono en voz baja. Él me escucha, saca a liar un cigarro y me lo pasa para que lo encienda. «Al fin y al cabo, te pareces a mí pero sin mi coraje», me dice cuando le paso el cigarro. «No quiero parecerme a ti ni en pintura», respondo sin valentía. Entonces, me doy cuenta de que Borges y él han pactado no ayudarme. ¿Por qué? Sería porque en el anterior texto me incluí en el título, que posiblemente solo les pertenezca a ellos dos. Esta vez excluyo mi yo para evitarme problemas. Sugiero Borges y él de título, así, a secas. ¡Muy sencillo! Firmado: Yo.