CONFESIONES

Karima Toufali (España/Marruecos)

 

Tengo que confesar, no sé hacia dónde me lleva la vida…

Probablemente me observa con aparente disimulo y, sin esfuerzo alguno, se sirve de mi despiste para seducir a mi consternado pasar. La vida y el destino son como el amante que, cautivado por su belleza, espera con anhelo la compañía de la amada. Con toda certeza, el destino me espera paciente. Yo hace tiempo que dejé de ser paciente y, sin embargo, espero; y sé que él me espera.

En ocasiones, cuando me irrumpe la cordura, siento necesidad de huir  -lo que no siempre consigo-;  necesidad de escapar del despropósito de mi languidez, del pasivo pesimismo, del desierto imaginado que me cubre de frágiles presentimientos. Aun así, me doy cuenta de que me atrae el espejismo de estas dunas y acabo   irremediablemente refugiándome en ellas. Sé bien que este desbarajuste viene fundado en algo, o por algo;  también que mi alma polvorienta me arrastra a ello, sin resignación ni gesto trascendente ni vital. Y aunque, como hoy, el día esté soleado no puedo dejar de pensar así.

No sé qué acontecimientos van al encuentro de mi titubeo. Y no voy decir que me deleito analizando lo que siento, todo lo contrario, me inquieta, y por mucho que tanteo a examinarlo, acaba dejándome sin aliento.

Por más que intento comprender la vida, no consigo llegar a ella, no puedo tocarla, pues entre la vida y yo, hay un páramo que nos separa. Y aunque no es mi intención analizarla, porque ella es suficientemente rápida para permitirme a mí, simple humano acostumbrado al devaneo de estériles horas, analizarla sin complejo alguno, ella siempre acaba dejándome al borde del tedio con declarada y despiadada apatía, jugando a escondidas con mi conciencia, en esta monotonía inconsciente de la vida, lejos de las emociones que llegan de los  pensamientos de amor.

Esta vida es un sueño… y mientras no sea consciente de ello, no llegaré a entender que vivir es morir. Cada día de mi ilusoria vida, es sólo un día menos en ella.

El tiempo no se detiene para dejarme pasar. ¿O tal vez lo que busco es escapar de mis propios y obcecados temores?

Tengo que confesar un miedo horrendo al despertarme y no saber quién soy, aunque sé que no soy nada… Un temor angustia mi vivir al pensar en la agonía del dolor. Y he de admitir, que un sudor espeluznante recorre libremente mi cuerpo las veces que me doy a pensar en la soledad absoluta… Si, sé que estos temores no hacen más que prolongar el camino hacia la paz interior. Y lo más importante para mi existir: me distancian de la Realidad.

El misterio de la vida me abruma, y mi alma tiembla con el peor de los miedos. Hay momentos en que siento una tímida sensación de vacuidad. Este sentimiento de que la vida está vacía, de que no es nada no sólo me conduce al infinito sino al más lúgubre de los infinitos, transforma las sensaciones que se forman en el interior de mi conciencia, y me arrojan al espacio más oscuro de este despiadado y persistente  temor.

Ando vago, avanzo lento con una mirada donde guardo la agonía de un alma que intenta con insistencia adormecer el miedo, la angustia y la duda. Mi hastío asume aspectos de  miedo. Sé que nada poseo, ni tan siquiera puedo decir que me poseo, y nada tengo porque nada soy, mientras me deje llevar por mi desobediente ego que provoca en mí incongruentes temores…

Todo es superfluo: mi existencia, el mundo y la vida. Cuanto hago o pienso esconde el placer de mi ego, para elogiarse a sí mismo, temeroso y enardecido de tremendas debilidades.  Al abstenerme interiormente de las cosas de este mundo y prescindir de la existencia del mundo exterior, intento ver -cuando mi Señor me lo permite- mi mundo interior, y sólo encuentro inestables y confusas ideas, adoquinadas de absurdos temores que me pesan por dentro, en el centro del alma.

El destino me ha impuesto una tarea. Desde que mi Señor me regaló existencia, intento afrontar serenamente lo que el alma representa en este barullo de emociones. Más que huir de mí mismo, intento que mi alma temerosa registre el día a día de esta existencia. No voy a exigirle a la vida más de lo que ella me da, porque no depende de ella. Cuanto más avanzo en la vida, más me doy cuenta de lo banal de su realidad.

A veces me pregunto,  ¿para qué quiero la existencia si mi conciencia no puede más?

Ya no sé dónde tengo el centro de atención; ando perdido en medio de mi desolación espiritual y procuro describir con palabras los sentimientos de mi aprensiva alma.  Soy como una isla en el océano de la vida, y no veo luz al final del túnel de mi alma.

Confieso que vivo constantemente en lo abstracto de mis miedos, y no me ajusto a la vida, esa  vida que he tenido sin saber cómo y que perderé sin saber cuándo.

Mis recelos atosigan mis sentimientos y sufren el desequilibrio natural. La ausencia de lo espiritual, llevada por la inconsciencia y el apasionado amor a este desorientado mundo, y siempre acabo con el olvido de las consecuencias de esta alocada orientación. ¡Nunca mis sentimientos sé lo que quieren hacerme sentir!

Poseo todas las cualidades para pensar que soy un ser despistado de mí mismo, cansado  y disgustado con todos mis pensamientos; aunque sienta pudor por estas debilidades, me atrevo a destapar el estercolero de mi alma.

El problema es que no alcanzo a entender el origen de mis temores.

Debo volver  a lo que soy, aunque no sea nada,  pues una lágrima sin llanto arde en mi pecho e irrita ásperamente mi corazón. Al observar esto en mí, me doy cuenta que no me conozco, así de insustancial y sensible soy, siempre buscando respuestas a esta conciencia tumultuosa que, en su impaciencia  -¿la mía quizá?- no llega a ubicarse en esta alma mía, capaz de impulsos nobles aunque en ocasiones desobediente.

Hay un aislamiento de nosotros que nos separa de nosotros mismos, por el desconocimiento propio, o para dejarnos estancados en nuestra ceguera. Estamos huecos, no sólo por dentro sino también por fuera. Estas sensaciones van creando un paisaje no ya confuso y desértico sino doliente, que se embadurna de silencio y soledad.

Puedo confesar que me siento un poco aparte de la vida… Hay algo lejano en mí en estos momentos que sólo me permite reconocer la algazara del amanecer de mi propia alma, en tanto tanteo el misterio de mi interior y la grandeza de la Creación. ¡Cuánto nos engañamos impidiendo el desvelo de nuestra propia realidad!

La distancia se acorta entre la vida y la muerte, como se acorta entre los cipreses y la tierra, entre cielo y el mar, entre el tallo y la flor. No sé si estos sentimientos son una locura paulatina que se acerca despacio a mí, o es mi propia insensatez.

Los hombres  y mujeres sencillos pasan por las calles de la vida con la mirada en el infinito. De sonrisa noble, saborean con gratitud un poco de sol y el fresco y la paz de los montes al amanecer; con un destino natural y callado, de instantes humildes, sin olvidos y agradecidos a su Señor. Esos, que no sólo piensan en vivir en este mundo sino vivir en constante anhelo y deseo de ver al Amado ¡benditos sean!

¡Cómo puedo olvidarme de algo que siempre olvido! continuamente siento que he sido otro, ¡qué pesar cuando no voy al encuentro de emociones naturales y humanas! ¡soy un imperfecto e incompleto ser!

Si los hombres supiesen meditar el misterio de la vida, si supiesen comprender la complejidad de nuestra alma, no actuarían con ese descarado desequilibrio.

Y si mi Señor quisiera conceder compensaciones a esta débil alma mía, con un poquito de amor, ser como los hombres y mujeres sencillos, alejarme del desierto del temor y el olvido y así, mi Señor, dar a esta alma vencida el sonido de una melodía que la arrulle sin decirle nada, ¡qué bien me haría!

Karima Toufali

(Melilla, 1966).

Publica su primer relato “La aldea de Tamimunt” en la antología “La puerta de los vientos”. Narradores marroquíes contemporáneos. Ediciones Destino, invitada por Lorenzo Silva. En el libro “Escritores rifeños” colabora con el relato corto “Un taxi para la ida”. Su trabajo “Mis raíces junto al olivo” (2008) forma parte de una antología sobre el olivo, editado por la Diputación de Jaén en edición de José Santano y difundida por el diario El País. Ha colaborado en varios números de la Revista de Artes y Letras EntreRíos (Granada) y en la intercultural Dos orillas (Algeciras. Cádiz).

En el 2010 publicó su primer libro, “Desde adentro” antología propia que contiene 20 relatos. Le siguieron “Historias del olvido” (2011), “Los velos del alma” (2014) y “Horizonte de Luz” (2017).

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