JIMENA DE LA FRONTERA

Mohamed Sibari (Marruecos)

Recibimos con inmensa alegría la invitación del escritor Sergio Barce Gallardo.

Por nada del mundo hubiésemos perdido ese evento, pues de trataba nada más, ni nada menos que del día de “Larache en el Corte Inglés de Málaga”.

Mi humilde persona y, mi colega Simo nos habíamos levantado muy temprano esa mañana.

Llegamos a las ocho en punto al puerto de Tánger. El día era magnífico, soleado y de una agradable temperatura. Al pagar los billetes en una agencia de viajes y llegar al puerto, fuimos directamente al control de policía.

Ayudado por mi colega, conseguí subir la empinada cuesta y sellar nuestros pasaportes. Luego pasamos al Control de Aduanas, donde nos registraron el pequeño equipaje y fuimos a sentarnos para esperar la llegada del barco en la sala de espera. Estuvimos sentados más de una hora esperando y, mi amigo,  intrigado, fue a preguntar al Agente de Aduanas.

 

– ¿A qué hora llega el barco?

– Me deja ver los billetes ¿por favor?

Al otear los billetes, le señaló con el dedo un lejano muelle de embarque.

– Tendrán que embarcar en aquel muelle.

-¿Por qué no me informaron al principio?

– Haber preguntado antes.

– ¡Será posible! ¿Cómo vamos a llegar hasta ese muelle? si está muy lejos; además mi compañero se vale de dos muletas para  caminar.

– Eso tiene solución, pida una silla de ruedas.

– ¿Dónde?

– Allí, donde están sentados esos dos agentes de aduanas.

Se trataba de una señora de baja estatura, muy blanca, demasiado agraciada en tejido adiposo, rubia de brocha y dos ubres que hacían juego con sus dos michelines y su trastienda de mula.

En cuanto a su colega, moreno, también bajito, que de pie creo que sólo podía ver la punta de sus zapatos a causa de su Michelin anterior.

Entre los dos formaban una de esas tiendas de la frontera de Ceuta que vendía: mortadela, chocolate, queso de bola…

Mi paisano, al coger la silla de ruedas el agente le dijo:

– ¿Qué hace usted?

– Ya lo ve, coger la silla para llevar a mi compañero al otro muelle.

– Tiene usted que dejarnos en depósito su pasaporte y, cuando nos devuelva la silla, se lo devolvemos.

– Menos mal que he acompañado en este viaje a mi amigo.

– ¿Por qué?

– Porque él, no hubiese podido devolverles la silla.

El agente comenzó a titubear y, le dijo:

– Es… que… a veces… no la devuelven y, a veces la roban.

– No entiendo cómo la pueden robar, si parece una silla de ruedas de esas de la primera guerra mundial.

El bonachón de mi amigo me ayudó a sentarme en la dichosa silla después de dejar su pasaporte en esa casa de empeños.

Como la carroza imperial no tenía frenos, nada más que el chirrido de las ruedas, la máxima autoridad y Doctor en las “Maqamat” (Picaresca), me condujo hasta el muelle.

De pie y apoyado en mis muletas, esperé la vuelta de mi amigo.

La puerta del garaje del barco estaba abierta. Sólo había un policía, un agente de la naviera y un viejo marinero. Este último, me invitó a sentarme en unas escaleras de hormigón pintadas de cal blanca, llenas de grasa y aceite:

– Si va a esperar de pie se va a cansar, ¿por qué no se sienta?

Viendo su buena voluntad, le dije:

– Muchas gracias señor, pero este salón inglés de puro cuero, no me gusta. Hubiese preferido un salón árabe para acomodarme a mis anchas.

El viejo lobo marino soltó varias carcajadas y los otros le secundaron.

Sonó el teléfono del policía y, durante la conversación pude oír:

– El que nos devolvió la silla es un profesor universitario.

– Entendido, gracias.

El señor me ayudó a subir la rampa del garaje y una vez dentro de éste, el oficial de la naviera me subió en un montacargas hasta la cafetería del barco.

Al llegar sudando mi amigo, pidió dos botellines de agua fría y nos acomodamos los dos en dos butacones cercanos a una ventana de donde se podía ver el mar y la bahía de Tánger.

Estuvimos sentados sin entablar conversación durante un buen rato y al final, para romper el silencio nos entró un ataque de risa.

En menos de treinta minutos llegamos al puerto de Tarifa.

Un joven de la tripulación nos reconoció, y sin pedírselo nos trajo una silla de ruedas. El muchacho nos acompañó hasta la puerta de la pequeña aduana y nos dijo:

– Siento no poder acompañarles hasta la salida.

– ¿Por qué? – preguntó el Si Mohamed.

– Porque está prohibido.

Después de una larga espera en la cola para sellar el pasaporte en la policía, en la pequeña sala, no había ni una silla donde sentarme. Me acerqué a la ventanilla donde una señora con uniforme de policía sellaba los pasaportes.

Intenté llamar su atención, pero fue en vano. Así que me quedé el último en sellar mi pasaporte; una vez sellado le dije:

– Señora…

– ¿Sí?

– ¿Los minusválidos no tienen ningún derecho en Tarifa?

Agachó la cabeza y no me contestó. Creo que era el principio de la crisis económica.

Gratis fue el autobús que nos condujo a Algeciras, donde en el puerto nos estaba esperando nuestro paisano Antonio Mesa y su distinguida esposa para llevarnos en su coche a Málaga.

Una vez en el hotel y después de una buena ducha, almorzamos y echamos una pequeña siesta. Al levantarnos, en menos de diez minutos llegamos al Corte Inglés de Málaga.

Fuimos recibidos por más de un centenar de amigos y amigas, hijos de nuestra querida Larache. Fue muy emocionante porque había paisanos a los que no habíamos visto desde la infancia.

Intervinieron los escritores, Barce, Galea, Akalay y, mi humilde persona.

Fue una tarde noche maravillosa.

A la mañana siguiente, el presidente de la “Asociación Larache en el Mundo”, nos llevó al puerto de Algeciras, donde subimos en el barco de vuelta.

Una semana después, escritores españoles y marroquíes fuimos invitados por el Excelentísimo Alcalde de “Jimena de la Frontera” a un encuentro cultural. Lo de la silla de ruedas y el pasaporte fue otra “Repetición de la jugada”.

En el puerto de Algeciras, un señor muy simpático, nos estaba esperando para llevarnos a “Jimena de la Frontera”. Una vez en ésta, fuimos directamente al hotel, donde el personal nos trató de forma exquisita. Hacía mucho calor, pero el agua estaba bastante fría.

En una pequeña iglesia rehabilitada, donde tuvo lugar el encuentro; el calor desapareció y, la brisa del monte comenzó a refrescarnos.

Después de la alocución del señor Alcalde y largarse alegando que su progenitor se había puesto enfermo, comenzaron las ponencias de los escritores.

Durante la cena, el administrador señor Diego nos preguntó:

– ¿Tienen ustedes cuenta bancaria en España?

– No. No tenemos cuenta (Aunque la mayoría de los altos funcionarios de nuestro país, sí que la tienen).

– Entonces, tienen que darnos el número de sus cuentas bancarias en Marruecos.

– Normalmente, se nos paga con un cheque, con el cual retiramos el importe del viaje y la conferencia, en un banco de la ciudad en la que hemos sido invitados – les dijo uno de los  escritores.

– No se preocupen. El importe del viaje y sus honorarios les llegarán a sus respectivas cuentas bancarias en su país.

Regresamos a nuestra tierra y, volvimos a dar conferencias en varias ciudades de la península, donde siempre nuestros gastos eran pagados por las personas que nos invitaban, bien sea, universidades o ayuntamientos.

Uno de nuestros colegas, animado por nosotros y por sus hijos optó, por fin, por obtener su permiso de conducción.

El día del examen, nervioso, el ingeniero de “Obras Públicas de Larache”, dijo al escritor:

– ¿Dónde no puede usted parar o aparcar?

– En una curva. En una cuesta. En…

– ¿Y, en qué más?

– En Jimena de la Frontera.

– ¿En qué?, ¿en qué sitio?

– En un pueblo de unos 10.000 habitantes, situado al este de Cádiz a 195km. Limita al norte con Algar, al sur con Marchenilla y Castellar de la Frontera. Al este con San Pablo de Buceite. Al oeste con Medina Sidonia. Es un pueblo muy bonito y su gente muy acogedora.

Pasaron los años y como dice la canción que cantaba la actriz Sara Montiel:

“Fumando espero del Excelentísimo Alcalde de Jimena de la Frontera, nuestro dinero”.

MOHAMED SIBARI

(Alcazaquivir, Larache, Marruecos, 1945-2013).

Durante su infancia realizó estudios primarios y secundarios en Larache y más tarde, los superiores, en Granada. Al regresar a Marruecos fue profesor en el colegio español, Luis Vives, de Larache; realizó trabajos como funcionario de Sanidad Pública (administrador de los hospitales de Arcila y del Provincial Al Kortobi de Tánger); fue miembro fundador y Secretario General de la Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua Española (AEMLE); Presidente de la Asociación de Hispanistas de Larache; miembro activo y honorífico en varias asociaciones literarias nacionales y extranjeras; candidato al Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (fue nominado por la Universidad Moulay Ibn Mohamed Abdellah de Fez); recibió La Cruz de Oficial al Mérito Civil, que le otorgó el Rey Juan Carlos I; en Chile, fue distinguido con la Medalla de Honor Pablo Neruda y merecedor de otros homenajes tanto en Marruecos como en España.

Sibari fue periodista, con más de un centenar de artículos, poeta, novelista, especializado en relato corto.

Títulos de sus obras  son: Pinchitos y divorcios, Relatos de las Hespérides, El babuchazo,  Relatos del Hammam, Diez poemas de amor y una paloma y Limosna de amor entre otros. Su obra completa alcanza más de veinte publicaciones entre narrativa y poesía. Figura en varias antologías hispano-marroquíes.

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