Por José Sarria
Discurso de entrada a la
Real Academia de Ciencias, Bellas Letras
y Nobles Artes de Córdoba
INTRODUCCIÓN.-
Los fenómenos de las lenguas fronterizas se han originado en espacios compartidos donde la lengua del otro no resulta ajena ni adoptada, sino que el idioma se hace propio para generar procesos de investigación y creación. Este es el caso de la literatura que determinados autores magrebíes hacen al escribir en español, al igual que ocurre con otras literaturas: la literatura fronteriza mexicana escrita en inglés, la literatura inglesa de las Antillas o la poesía hispanoguineana, por citar solo algunos ejemplos de este singular hecho.
En el emplazamiento de nuestra frontera sur, que ha constituido secularmente un lugar de espacios e historias comunes, el español posee una posición privilegiada, al convertirse en lengua compartida por diferentes culturas. Esto lleva a la eclosión de un territorio creativo híbrido y mestizado de lo hispano-andalusí, de lo marroquí y de lo sefardí, que podríamos delimitar a través de una frontera imaginaria que inicia el recorrido en Andalucía para navegar, a través del Estrecho de Gibraltar, hasta alcanzar la región septentrional del país vecino: Tánger, Larache, Alcazarquivir, Tetuán, Xauen o Nador.
Allí se produce este fenómeno de la lengua fronteriza, desde el encuentro continuo de religiones, creencias, culturas y lenguas, alcanzándose un sincretismo que ofrece al escritor un marco de incomparable valor que muchos autores han sabido llevar a sus obras y que eclosiona en un proceso continuo de biculturalismo/bilingüismo. Así lo expresaba el desaparecido Rodolfo Gil Grimau, en el prólogo de Calle del Agua. Antología contemporánea de Literatura Hispanomagrebí: “Esto procede, creo yo, de un hecho esencial y es que el español no es una lengua importada, sino un idioma vernáculo con siglos de penetración e implantación en Marruecos, Argelia y Túnez”[1].
Por citar solo dos claros ejemplos de esta hibridación, cabe señalar, por un lado, a Tánger, lugar que debió de ser la Casablanca de Humprey Bogart, si alguien se hubiera ocupado en mirar algún atlas, y que mantiene vivo ese aliento de las lenguas compartidas. Por su medina, cafetines y teterías deambulaba el dariya[2] de Mohamed Chukri, símbolo de resiliencia a partir de su novela El pan a secas y singularanfitrión de la pléyade de artistas y escritores de la generación beat, la haquetía[3], magistralmente recogida por Ángel Vázquez en su novela La vida perra de Juanita Narboni, y los poemas en español del escritor sefardí Moisés Garzón Serfaty junto al de los escritores marroquíes en lengua española: Ahmed Daoudi, Ahmed Mohamed Mgara, Abderrahman el Fathi o Mohamed Lahchiri.
El segundo ejemplo lo simboliza la ciudad de Larache, en cuyo cementerio español, vertedero de nuestra memoria colectiva, descansan los restos de Jean Genet y Juan Goytisolo. Esta localidad atlántica, donde se sitúa el mitológico Jardín de las Hespérides, acogió la esperanza de una nueva literatura marroquí escrita en español, de la mano de Mohamed Sibari, Dris Diuri, Mohamed Mamoun Taha o Mohamed Akalay. En Larache existe una de las pruebas más determinantes que confirma que el español no es considerado en este emplazamiento como una lengua extranjera. En esta región occidental de Marruecos el ladino, lengua hablada por judíos españoles, se hibrida y tras un proceso de sincretización muta en la haquetía, convirtiéndose en lengua propia y exclusiva de este territorio.
Aquí fue posible que las revistas Al-Motamid o Ketama, dirigidas por Trina Mercader, en Larache, y Jacinto López Gorgé, en Tetuán, concitaran la convivencia literaria de Muhammad Sabbag, Vicente Aleixandre, Ahmed Ararou, Gerardo Diego, Abdelkader Uariachi, Moisés Garzón Serfaty o Abdelatif Laabi.
El continuum de las relaciones existentes durante la historia común compartida entre España y el norte de África, las sucesivas diásporas de sefardíes, andalusíes y moriscos, los flujos migratorios en ambos sentidos y la decisiva influencia del Protectorado durante la época colonial española, convierten a las variantes del español existente en Marruecos (castellano, ladino y haquetía) en un idioma que, en ningún caso, significa lengua ajena, al contrario, va a suponer la afirmación de una identidad reivindicada frente a los procesos de ocupación árabe y afrancesamiento y que se reconoce en la tradición hispanoandalusí que ha venido dejando sus señas de filiación tanto en la oralidad propia de la región, como en la literatura escrita.
Pensar que escritores como los sefardíes Isaac Laredo, Moisés Garzón Serfaty o León Cohen Mesonero, los españoles Alberto España, Ángel Vázquez, Antonio Lozano, Rafael de Cózar, Pilar Quirosa o Sergio Barce o los marroquíes Mohamed Chakor, Mohamed Sibari o Abdellah Djbiluo son simples autores de una u otra orilla que se expresan en español es no alcanzar a entender la dimensión de lo que viene ocurriendo en los países vecinos con respecto al desarrollo de una nueva corriente creacional: la que denominamos como Literatura Hispanomagrebí.
BREVE CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA
Como se acaba de apuntar, el siglo XX y el recién estrenado siglo XXI han sido protagonistas de uno de los acontecimientos literarios más extraordinarios desarrollados en el ámbito de la Literatura Española, como es el nacimiento en el norte de África (Marruecos, Argelia y Túnez) y algunas zonas subsaharianas (Guinea, Camerún y Mauritania) de una neoliteratura llevada a cabo por autores de origen magrebí y cuya lengua de creación directa y sin traducción es el español, tal y como indicaba Rodolfo Gil Grimau en la obra citada anteriormente, Calle del Agua. Antología contemporánea de Literatura Hispanomagrebí:
Varias veces he tenido ocasión de escribir sobre la literatura o, si se prefiere, la relativamente reciente escritura marroquí, y magrebí en general, en lengua española; una de las grandes novedades en el hispanismo mundial de los últimos treinta años. Novedad porque en ninguno de los hispanismos mundiales, excepto por supuesto en los hispanos, se produce una literatura en español paralela a la propia en cada lengua de cada país[4].
El español, sus antecedentes de las lenguas romances mozárabes o el sefardí, se convierte en un idioma vernáculo con siglos de presencia en Marruecos, Argelia y Túnez, llegando a trocar, en algunas ocasiones, en un elemento identitario de primer orden.
Efectivamente, la herencia hispana permanece entre las comunidades magrebíes descendientes de las emigraciones moriscas llevadas a cabo tras los diferentes edictos de Felipe III. Esa filiación sanguínea y la tradición lingüística recibida, que se traduce en infinidad de formas dialectales árabes singulares, hacen arraigar el fenómeno de lo hispanoandalusí en la región norteafricana, de tal manera que lo “hispánico” se transforma en un elemento diferenciador, una afirmación de la mismidad en un grupo social amplio que se considera heredero y depositario del islam andalusí, custodios y cancerberos de la inmarcesible cultura del al-Ándalus que arranca en esta ciudad, Córdoba, y que se dispersó desde la corte califal por todo el Mediterráneo y el norte de África, frente a la inmersión cultural árabe, otomana o francesa que se llevó a cabo en toda la Berbería. El reencuentro con lo hispanoandalusí, tras las guerras africanistas, llegará con el asentamiento de España en Marruecos y la posterior implantación del Protectorado en toda la zona del norte (Rif y Yebala), región de Tarfaya y Sáhara Español, y traerá consigo el afianzamiento de aquellas convicciones que derivan en la superación de una posible diglosia. Así lo resume Alfonso de la Serna en el prólogo del libro Literatura marroquí en lengua castellana, de Mohamed Chakor y Sergio Macías: “Pensar plenamente en español no es para ellos un acto alienante sino la penetración en un territorio mental que es vecino, mas no sólo por la geografía o la circunstancia política, sino vecino en una larga vida de ocho siglos pasados juntos”[5].
Esto lleva a la denominada “magrebidad” del español[6] o sincretización de nuestra lengua en la obra creativa de los autores norteafricanos: “una escritura que, por hispánica, no deja de ser marroquí (o magrebí), de contenido árabe o arabizado, actual, inquieta, e incluso lingüísticamente dialéctica”[7].
La presencia de lo español en la literatura del norte de África se refleja, a su vez, en el espejo de la presencia árabe en Andalucía, sustentado sobre el elemento armonizador del idioma y, en muchos casos, de la expresión literaria. En el ámbito puramente literario, la aportación de la lengua mozárabe a la literatura árabe, a través del zéjel y de las jarchas y su mixtura aljamiada con aquella lengua, hace que la moaxajas hispanomusulmanas se conviertan en un espacio de fusión idiomático, único e irrepetible, que metaforiza ese lugar común que se traslada secularmente al espíritu colectivo de quienes habitan uno y otro lado del mar Mediterráneo.
Por citar solo algunos ejemplos de esta miscelánea y de su consecuencia en la aparición de la Literatura Hispanomagrebí, hay que señalar que la dinastía meriní (1244-1465), que gobernó parte de Andalucía, Marruecos y otras zonas del Magreb, utilizó de forma intensa a mercenarios españoles para formar parte de sus tropas, estableciéndose en la capital del nuevo reino, Fez, en donde dejan su impronta y su influencia. Esta presencia tendrá un nuevo hito en el gobierno de la ciudad de Tetuán por el granadino al-Mandri[8]. Las diferentes oleadas de andaluces, judíos y, posteriormente, de moriscos, contribuyeron de forma significativa a la refundación de Tetuán y a la construcción de la medina, obra de los exiliados “españoles”. Tanto Tetuán, como Chauen, lugar de nacimiento de la joven esposa del al-Mandri, Saaida al Hurra, se encontraban pobladas por gentes de al-Ándalus, siendo lugares de importante aportación de los expatriados andaluces.
La llegada de miles de moriscos hispanohablantes, procedentes de Hornachos (Badajoz) a las estribaciones de Rabat, dio lugar en el año 1627 a la fundación de la República de las Dos Orillas (la actual Rabat-Salé), que documentará todas sus actividades en el español de la época. La experiencia desapareció en 1668, siendo absorbida la república por el sultanato de Marruecos, tras pedir infructuosamente incorporarse a la corona de Felipe IV: “por el gran amor que tienen a España, pues desde que salieron suspiran por ella”[9].
El siglo XVI vivirá el traslado al Reino de Marruecos de parte del teatro español del Siglo de Oro que pervive hoy en el teatro popular marroquí, a través de la oralidad en sus diferentes representaciones en plazas y espacios públicos. Igualmente, la prolija producción literaria andalusí, con el aljamiado como uno de sus más considerados soportes escritos, encuentra en Marruecos un lugar de destino, a través de las diferentes diásporas, generando en aquellos territorios nuevas creaciones en las distintas derivaciones del español. Los siglos XVII, XVIII y XIX tienen al español como lengua oficial de la Cancillería marroquí; y la lengua de Cervantes fue, obviamente, el idioma de la intervención colonial española durante los siglos XIX y XX.
La Conferencia de Algeciras (1906) consagra el derecho de Francia y España a intervenir en esta región. Así, el año 1912 certificará los regímenes de los Protectorados francés y español, atribuyendo a España la capacidad de gestionar el norte de Marruecos y el Sáhara. Tras la pacificación del territorio, se producirá una asistencia masiva de miles de marroquíes a las escuelas coloniales y más tarde a las universidades de la metrópolis. Junto a ello, la interacción de civiles en el ámbito militar y social proporcionará la introducción del habla española en diferentes aspectos de la cotidianidad magrebí que supondrá el reencuentro con ese sentido de la mismidad o afirmación de una identidad propia que se produce con el uso y habla de nuestra lengua, hasta alcanzar las que algunos sienten como sus raíces más ancestrales y que se filian en un territorio mental y emocional en el que pervive la voz de los poetas andalusíes, como los cordobeses Muqaddam Ibn Muafá Al-Cabrí (Ben Mucadem de Cabra, creador de la moaxaja andalusí), Ibn Hazn (autor de la obra clásica El collar de la paloma) o Ibn Quzman (el gran maestro del zéjel andalusí), del sevillano al-Mutamid, de los también cordobeses Ibn Zaydun y la princesa Wallada, el pensamiento de Ibn Bayya (Avempace, de Zaragoza), de los cordobeses Maimónides o Ibn Rushd (Averroes, el más grande comentarista de Aristóteles) o del murciano Ibn Arabi, maestro de maestros y precursor, tres siglos antes, del pensamiento humanista que aflorará en la Europa del Renacimiento.
El contacto con el español, durante la época del Protectorado, dio lugar a un hispanismo que ya existía en el ánimo y en el corazón de muchos marroquíes y que llegaron a canalizar gracias al soporte académico que hallaron en los centros docentes, generando textos de carácter investigador y creativo que conforman la caudalosa y vigorosa Literatura Hispanomagrebí.
Este mismo fenómeno se produce en el Sáhara, que fue declarada provincia española entre los años 1958 a 1976. El saharaui se ha convertido en el único pueblo árabe del mundo que tiene al español como su segunda lengua oficial[10], hablándose habitualmente en el seno familiar, en las relaciones sociales y en los procesos educativos, lo que ha venido a suponer la existencia de un grupo de escritores saharauis que utilizan el español como lengua vehicular en sus creaciones literarias, aglutinados en torno a un movimiento denominado Generación de la Amistad[11] y que supone el cordón umbilical con aquella juventud que escribió literatura en español en las décadas de los años sesenta y setenta.
La influencia del español en la literatura de otras zonas del Magreb, como son Túnez y Argelia, no ha tenido la misma intensidad que en Marruecos. Argelia viene a suponer una excepción, pues las intensas oleadas de moriscos y judíos producidas entre los siglos XIII al XVI, que seguían expresándose y escribiendo en español aljamiado y la cuantiosa presencia de españoles durante la época de la colonización francesa (1830-1962) en la comarca del Oranesado, verdadero feudo hispano con más de 150.000 habitantes de origen español[12], no se materializa, sin embargo, en ningún tipo de movimiento creacional español, como sí había ocurrido en Marruecos. Túnez ha mantenido una discreta relación con la península, limitada a las incursiones de carácter militar y a las dos oleadas de expatriados moriscos: en el siglo XIII y, posteriormente, entre los años 1610-1705. Habrá que esperar hasta finales del siglo XX cuando, con la presencia del profesor José Mateo Sastre, se producirá el resurgir del español que intensifica de manera vigorosa su presencia en el país[13]. Ello ha propiciado que, junto a los trabajos de investigación desarrollados por los hispanistas, la creación literaria en Túnez, en el marco de la Literatura Hispanomagrebí, cuente con dos autores, los profesores Mohamed Doggui y Khedija Gadhoum, precursores de un movimiento creacional incipiente aunque esperanzado.
MARRUECOS: RAÍZ Y FUNDAMENTO DE LA LITERATURA HISPANOMAGREBÍ
El hispanismo que surge en Marruecos, con motivo del Protectorado y que irradia desde los centros educativos y universidades, ha capaz de concebir textos que abarcan múltiples disciplinas (estudios históricos, antropológicos y lingüísticos, ensayos, traducciones o artículos periodísticos), además de textos de creación (poesía, novela y cuenta), todos ellos escritos directamente en español, sin traducción interpuesta, cuya producción, desde los años cincuenta hasta la actualidad, se eleva a más de cien obras que consolidan el fenómeno del español como lengua de creación en el norte de África.
El paso por la universidad española de aquellos estudiantes, durante la década de los años cuarenta y hasta la independencia de Marruecos, supondrá la aparición en escena de un grupo de intelectuales marroquíes de alto nivel que vendrá a significar la primera generación que utiliza la lengua española como medio de expresión. En este periodo existe un fenómeno de vital trascendencia, como es el hecho de la aparición de soportes físicos, en formato revistas o diarios, que servirán de estímulo y acicate para la materialización de esta opción literaria: la revista Mauritania (Tánger, 1928-1962), el Diario Marruecos (Tetuán, 1942-1945), la revista al-Motamid (Larache, 1947-1956) o la revista Ketama (Tetuán, 1953-1959). Estos medios se constituyen como las primeras plataformas para el desarrollo de un primer grupo de autores marroquíes en español: Moisés Garzón Serfaty, Abdelkader Uariachi, Mohammad Ibn Azzud Hakim, Abdul-Latif Jatib, Amina Loh, Mohamed ben Abdeslam Temsamani o Dris Diuri.
Tras la independencia de Marruecos, producida en el año 1956 y hasta los años noventa se producirá el práctico abandono por parte de las autoridades españolas que ya fue denunciado por Juan Goytisolo: “… tras la partida de su administración colonial, Madrid se ha desinteresado de las relaciones culturales con estos países y de la suerte de centenares de miles de hispanohablantes…”[14].
Esta desatención es suplida por la labor universitaria marroquí que habilitará a varias generaciones de estudiantes, posteriores hispanistas y creadores, con una alta cualificación formativa: Aziza Bennani, Mohamed Bouissef Rekab, Abdellah Djbilou, Said Jedidi, Mohamed Sibari o Mustafá Adila, y que supondrán la garantía para el desarrollo del futuro hispanismo y de la creación en español en Marruecos. Junto a esta labor universitaria, nuevamente los soportes escritos en español serán el espacio que mantendrá viva la llama del hispanismo: el periódico Marruecos (Tánger, 1976-1977), el suplemento de L´Opinion (en Rabat, desde comienzos de los ochenta) y las ediciones trilingües de Le Journal de Tanger y La Dépêche de Tanger.
El año 1986 marca un hitoen el desarrollo del hispanismo marroquí y de la Literatura Hispanomagrebí, ya que va a suponer el reconocimiento transfronterizo para los escritores marroquíes en español. Abdellah Djbilou logrará publicar en la editorial Taurus (Madrid) su libro Diwan modernista. Una visión de Oriente, al que seguirán otras publicaciones[15], convirtiéndose en el punto de inflexión que conlleva el acceso a la edición, por primera vez, fuera de Marruecos. En estos momentos, el hispanismo y la labor investigadora escrita en español se encuentran definitivamente consolidados en el país vecino; no así la creación literaria que apenas si ha sido capaz de editar una decena de textos hasta los años noventa: La proscrita (1953) de Abdul-Latif Jatif, Zuleja o la historia del loco del cabo (1953) de Mohammad Temsamani o Miscelania (1962) de Dris Diuri, entre otros[16].
La aparición en Casablanca, en el año 1990, del periódico La Mañana, escrito íntegramente en español, junto con la acción decidida de los gobiernos españoles por intensificar su presencia en Marruecos serán dos hechos singulares que impulsarán de manera decisiva la consolidación de la Literatura Hipsnomagrebí. Por un lado, aquella publicación periodística de amplia presencia geográfica contribuirá al conocimiento de los textos de los escritores marroquíes en español. De otro lado, el apoyo intenso de los gobiernos de la democracia, a través de la Consejería de Educación de la Embajada de España, junto a la implantación de seis Institutos Cervantes: Rabat, Casablanca, Fez, Tánger, Tetuán y Marrakech y sus antenas, significará el soporte formal necesario para la materialización de una literatura española escrita en el Magreb.
A partir del año 1990, y hasta el momento presente, la Literatura Hispanomagrebí va a experimentar el periodo de mayor auge editorial. Tras el poemario Lo que he pintado en blanco… a media luz (1990) de Jalil Tribak, El despertar de los leones (1990) de Abdelkader Uariachi, Voz del alma (1990) y Voz delirante (1991) de Moisés Garzón Serfaty y La llave y otros relatos (1992) de Mohamed Chakor, el listado de libros publicados tanto en Marruecos como en España se eleva a más de una centena[17], consolidando un fenómeno literario cuya realidad es un hecho incontestable, cuya garantía de continuidad representa la actual generación de creadores contemporáneos marroquíes: Moisés Garzón Serfaty, Karima Toufali, Aziz Tazi, Abderrahman El Fathi, Ahmed M. Mgara, Rachida Gharrafi, Larbi El Harti, Mohamed Bouissef Rekab, Mohamed Lahchiri, Said Jedidi, Mohamed Akalay, Moufid Atimou, Ahmed Oubali, Mezouar El Idrissi, Mohamed Toufali, Lamiae El Amrani, Nisrin ibn Larbi, Zuer el Bakali, Hannan Rais, Farid Othman-Bentria Ramos, Said el Kadaoui o Mustapha Busfeha García, entre otros.
CONCLUSIONES
La profesora Selena Nobile ha señalado que la Literatura Hispanomagrebí es una literatura menor: “Una literatura menor no es una literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”[18]. Este es el caso de la neoliteratura que ha aflorado en las últimas décadas en el Magreb, gracias a la opción tomada por un grupo de autores marroquíes, argelinos, tunecinos y saharauis, al haber decidido establecer su obra desde el fundamento vehicular de la lengua de Cervantes.
Aun encontrándose en sus albores, la Literatura Hispanomagrebí supone un movimiento literario incipiente con características diferenciadoras, configurando una corriente literaria española regional y original del Magreb, con capacidad de singularizarse respecto de la literatura peninsular, en tanto es capaz de abrir novedosas vías creativas derivadas de su propia tradición literaria y social arabizada en la que se sustenta e incardina su personalidad, fruto de su entorno sociocultural.
Es necesario y preciso indicar, en este punto, que esta no es una literatura epigonal de la peninsular, sino que su riqueza y su grandeza estriban en que posee señas de identidad propias, elevándose como una literatura independiente, aunque española: costumbrismo local, iconografía regional propia, hibridación árabe-española, al-Ándalus como patria poética, la recuperación de la figura del loco sabio cervantino y de la nueva picaresca, la oralidad textual, la moraleja como elemento fundamental de las creaciones artísticas, una literatura de la frontera de acentuado compromiso social y, lo fundamental, la utilización y redimensión de un léxico que por su residualidad podría haber quedado anquilosado con el devenir del tiempo, restableciendo un vocabulario que aportará nuevas posibilidades semánticas y que genera un enriquecimiento idiomático en los textos aportados, desde donde el español recupera nuevos horizontes no ya solo por esta reconquista idiomática sino por la utilización de neologismos y extranjerismos incardinados en las obras de los creadores magrebíes: mtarbat, chilaba, alfaquí, hamman, morabito, pastela, baraka, babucha, almuecín, zoco, cuscús, cadí, minarete, madrasa, malik, umma, aleya, cabileño, etc.
Comparto con el escritor hispanomagrebí Farid Othman-Bentria Ramos la visión de que la cultura, y no la nacionalidad, conforman el ser literario de la obra. Al tener estos autores conciencia de una cultura compartida, tienen la capacidad de constituir una obra sincrética, en la frontera de la épica cotidiana, donde lo magrebí se hace español o lo andalusí alcanza a arabizarse.
La Literatura Hispanomagrebí se conforma, pues por un abigarrado conjunto de autores magrebíes que incursionan en el territorio creativo/mental a través de la lengua del otro (Mohamed Chakor, Abderrahman el Fathi, Mohamed Sibari, Aziz Tazi, Mohamed Lahchiri, Larbi El Harti o Mohamed Bouissef Rekab), de autores españoles/sefardíes de la frontera que han magrebizado sus obras (Moisés Garzón Serfaty, Sergio Barce, Leon Cohen Mesonero o Mustapha Busfeha García) y de autores magrebíes de segundas generaciones (Najat El Hachmi, Zuer el Bakali, Leila Karrouch, Farid Othman-Bentria Ramos o Said el Kadaoui) que no solo escriben en español sino, incluso, en otras lenguas del Estado español, contribuyendo, todos ellos, al establecimiento de un crisol multicultural que tiene al español como “palabra encendida”.
Ese magma inconmensurable de lugares, personajes, historias, sentimientos, que contienen los espacios compartidos, ha sido el material creativo que han sabido emplear magistralmente estos autores para ensanchar, desde una lengua común, sus horizontes creativos, haciendo de la Literatura Hispanomagrebí el lugar de destino de aquel español que comenzó siendo lengua mozárabe, dilatado por el fértil ladino y la aljamía morisca.
Desde esa calmada visión que nos aportó el periodista y antropólogo italiano Attilio Gaudio en su célebre artículo: “Norte de Marruecos: ciudades andalusíes y montañas beréberes”, la proyección de esta nueva literatura, su singularidad, consistirá en descubrir algún día, no muy lejano, lo magrebí incrustado, de regreso, en lo hispano.
[1] GIL GRIMAU, Rodolfo. “Prólogo”, en GAHETE, Manuel; LIMAMI, Abdellatif; MGARA, Ahmed; SARRIA, José y TAZI, Aziz. Calle del Agua. Antología contemporánea de Literatura Hispanomagrebí. Editorial SIAL, Madrid, 2008, p.13.
[2] El dariya o árabe marroquí es el árabe dialectal hablado en Marruecos, caracterizado por contener muchos préstamos de las lenguas europeas coloniales del norte de África.
[3] La haquetía es el dialecto del norte de Marruecos hablado por los judíos sefardíes de la zona.
[4] GIL GRIMAU, Rodolfo. “Prólogo”, en GAHETE, Manuel; et alii, op. cit., p.13.
[5] CHAKOR, Mohamed y MACÍAS, Sergio. Literatura marroquí en lengua castellana. Editorial Magalia, Madrid 1996, pp. 337-338.
[6] GIL GRIMAU, Rodolfo. Ponencia de Rodolfo Gil Grimau Análisis y fuentes de la escritura marroquí en lengua española en el I Coloquio Internacional sobre Escritura Marroquí en Lengua Española. Edita Universidad Sidi Mohamed ben Abdellah, Fez, 1998.
[7] GIL GRIMAU, Rodolfo. La Frontera Sur de al-Andalus. Edita Tetuán-Asmir, Tetuán, 2002.
[8] Ali al-Mandari o al-Mandri, más conocido como Sidi Mandri, fue gobernador de la ciudad marroquí de Tetuán, después de haber sido jefe militar del Reino de Granada y alcalde de la localidad granadina de Píñar.
[9] DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio y VINCENT, Bernard. Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría. Alianza Editorial, Madrid, 1993.
[10] La primera lengua oficial es el árabe, aunque también se habla el hasania (dialecto derivado del árabe hablado en Mauritania y el Sáhara Occidental).
[11] La Generación de la Amistad se constituyó en Madrid en el año 2005, con el fin de promover la literatura saharaui. Sus miembros actuales son Ali Salem Iselmu, Bahia Mahmud Awah, Chejdan Mahmud, Limam Boicha, Luali Lehsan, Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu, Saleh Abdalahi, Zahra Hasnaui y Mohamed Ali Ali Salem.
[12] BAUTISTA VILLA, Juan. Los españoles en la Argelia francesa. Universidad de Murcia. Murcia, 1989.
[13] Más de treinta y cinco mil estudiantes de secundaria que reciben la formación en esta materia por todo el país, junto a los más de mil alumnos universitarios que desarrollan estudios de licenciatura en Filología Hispánica y licenciatura en español aplicado, en la Facultad de Letras de la Universidad de la Manouba y el Instituto Superior de Lenguas de la Universidad 7 de Noviembre.
[14] GOYTISOLO, Juan. “Prólogo” en CHAKOR, Mohamed. Aproximación al sufismo. Edit. Cálamo, Alicante, 1993.
[15] A este libro le seguirán Tánger puerta de África. Antología de textos literarios hispánicos (Editorial CantarAbia, Madrid, 1989) y Miradas desde la otra orilla. Una visión de España (AECID, Madrid, 1992).
[16] Jirones del corazón (1979), Sinfonía de piedra (1985) y Voz de tierra, voz de pueblo (1986) de Moisés Garzón Serfaty, Tetuán (1986) de Mohamed Chakor, La guagua (1986) de M. Temsamani, Trópico insomne (1988) y Voz del alma (1990), nuevamente de Moisés Garzón Serfaty, El despertar de los leones (1990) de Abdelkaedr Uariachi y Lo que he pintado en blanco… a media luz (1990) de Jalil Tribak.
[17] Voz delirante (1991, Moisés Garzón Serfaty), La llave y otros relatos (1992, Mohamed Chakor), Lágrimas de una pluma (1993, Momata), El caballo (1993, Mohamed Sibari), Poemas de Larache (1994, Mohamed Sibari), Espejos sin ti (1994, Larbi El Harti), Regulares de Larache (1994, Mohamed Sibari), El vidente (1994, M. Bouissef Rekab), Pedacitos entrañables (1994, Mohamed Lachiri), Un diablo en la isla de Yudis (1994, Ahmed Daoudi), Susurros (1995, Momata), Judería de Tetuán (1995, Mohamed Sibari), Desmesura (1995, M. Bouissef Rekab), Naufragio feliz (1996, Moufid Atimou), Tetuán… embrujo andalusí (1996, Ahmed M. Mgara), La rosa de Xauen (1996, Mohamed Sibari), Inquebrantables (1996, M. Bouissef Rekab), La llave y Latidos del Sur (1997, Mohamed Chakor), Los bien nacidos (1998, M. Bouissef Rekab), Cuentos de Larache (1998, Mohamed Sibari), Triana: imágenes y palabras (1998, Abderrahman El Fathi), Voz de esperanza (1999, Moisés Garzón Serfaty), Sidi Baba (1999, Mohamed Sibari), Intramuros (1999, M. Bouissef Rekab), etc.
[18] NOBILE, Selena. La literatura hispano-marroquí. Un modelo mediterráneo posorientalista y posoccidentalista. Universitá del Salento (Italia), 2008, p. 25.